¿Quién fue Máximo Trueba?
No sé a vosotros, pero a mí cada vez que estreno año vuelve a asediarme la sensación de que el tiempo nos traspasa a velocidades de vértigo. Desde aquel fatídico día en que Máximo nos dejó han pasado ya varios años. Y, obviamente, a muchos de vosotros no os suena de nada el nombre de Máximo Trueba. Sabéis que es el nombre del instituto donde estudiáis pero poco más. No es, por tanto, mal momento para, aprovechando la publicación de nuestra revista, presentaros algunos datos sobre su vida y su obra.
Me vais a permitir que trace esta breve semblanza desde una perspectiva totalmente personal, creo que la sincera amistad que me unió a él me da derecho a hacerlo. Tengo la suerte de no haber recibido de la vida grandes golpes ni físicos ni morales, pero el mazazo repentino de la noticia de la muerte de Máximo (en un letal accidente de tráfico) lo recuerdo con la misma crudeza que si hubiese sucedido ayer. En el plano físico mi dolor más reciente me lo facilitó un caballo que me rompió la nariz de una patada. Noté cómo los huesos crujían y se desplazaban caprichosamente a escasos centímetros de mi cerebro. Fue una sensación ciertamente desagradable, pero casi no sentí dolor. Nada comparado con el impacto, no sólo moral sino incluso físico, que me produjo aquella inesperada y trágica noticia. La muerte de alguien querido siempre duele, pero a veces llega lentamente… avisando. Pero cuando el final llega así, tan crudamente, tan callando.., te quedas más que dolido.., vacío, anestesiado, como si se te hubiesen quebrado algunos huesos no del cuerpo, sino de más adentro (o tal vez de más afuera) de un esqueleto ignoto que algunos llamamos alma. Para mí Máximo fue ante todo un amigo, pero fue mucho más. Para empezar fue un profesor excelente. No es que lo diga yo, es algo que todos los que tuvieron la fortuna de conocerlo podrán corroborarlo. Como «profe» no tenía precio, pues a su talante abierto y amable se unía una notable cultura y una amplia formación técnica y artística que lo hacían idóneo para impartir tanto el dibujo técnico como el artístico. Vamos, que valía para un roto y un descosido.
Pero, como vosotros sabéis mejor que nadie, un buen profe no sólo debe «saber» sobre la materia que imparte, si no que es aún más importante que sepa «transmitir» sus conocimientos. A esto los técnicos lo llaman pedagogía, y es algo que, en alguna medida, se puede aprender pero, a lo que parece, hay fundamentalmente gente que nace, y Máximo sin duda era uno de esos hombres que saben explicar. Además era uno de esos pocos docentes que lograban contagiar parte de su pasión por la asignatura a sus discípulos, algo ciertamente poco frecuente. Claro que, en el caso de Máximo, tal cúmulo de virtudes no tenía demasiado mérito, pues en él todo esto era natural. Además, para encandilar al auditorio, estaba dotado también de una enjuta, larga, elegante, y solemne presencia física que acababa más allá del metro noventa rematada con una cabeza de melena leonina llena de inteligencia y personalidad, donde esos ojos extrávicos que compartía con su hermano Fernando Trueba (el oscarizado director de cine), le conferían un aire desaliñado al que su permanente sonrisa daba el toque justo de frescura y amabilidad.
Y, sin embargo, Máximo no era sólo un gran profesor; era a la vez un gran artista. Un escultor que alcanzó un amplio renombre a nivel nacional, y con una incipiente proyección internacional, y al que su temprana muerte (a los cuarenta y dos años de edad) robó la posibilidad de seguir legándonos una obra plástica poderosa y singular, justo en un momento de madurez en lo que lo mejor de su obra estaba aún por llegar. A pesar de esta corta vida dejó un currículo artístico espectacular, del que (para no cansaros) destacaré sólo algunos datos, como son el haber participado en numerosas exposiciones tanto en España como en el extranjero, entre las cuales sobresaldrían sus diversas participaciones en diversas ferias de arte internacionales como Arco en Madrid, la FIAC de París o la de Art Cologne en Colonia (Alemania), Basel, en Basilea (Suiza); en la Bienal de Escultura de Normandía (Francia), invitación para realizar una escultura en Akita (Japón), etc. aparte de su presencia en exposiciones y certámenes de escultura en universidades e instituciones culturales de Madrid, Cáceres, Zaragoza, Barcelona, Pontevedra, Santander, Lugo… obteniendo además numerosos premios y becas. Por si fuera poco, un gran número de museos poseen alguna muestra de sus obras, como el Municipal de Madrid, el de Valdepeñas, el de Arte Moderno de Alcobendas, el de Escultura de Aracena, el de Bellas Artes de Santander, los de Escultura al Aire Libre de Huelva y de Alcalá de Henares… Incluso fuera de España, como el Mansaku Chokoku-noMori, Akita-Ken, en Japón.
Pese a todo, lo más sorprendente es que este rico bagaje artístico pertenezca a un escultor reservado, callado, y silencioso, que trabajó casi de espaldas al mundo del comercio del arte, y al que le tocó vivir en un ambiente social en el que el arte tiene muy poca importancia en las prioridades de los seres humanos. Además, si ya es difícil que en un hogar normal se compre un cuadro original (y no se recurra a una reproducción o lámina decorativa), mucho más raro es que la gente «normal» se gaste los cuartos en comprar una escultura. Pablo Serrano, maestro suyo, y uno de los más importantes escultores españoles del siglo, sabedor de la indiferencia social hacia la escultura, escribió en el catálogo de la primera exposición individual de Máximo lo siguiente: «Que el golpe de la maza en el puntero grite la piedra herida al sensible mensaje del poeta abandonado y despreciado en un mundo materialista que, si no sabe encontrar la solución a los elementales problemas de los derechos humanos, respete la voz del poeta, la del cincel y la maza, frente al grito destructor del átomo». Pero, como todo verdadero artista, Máximo siguió trabajando tenaz y silenciosamente, obstinado en arrancar a la dura e inhóspita piedra todos sus misterios estéticos y espirituales. Un empeño para titanes o poetas. Y Máximo fue las dos cosas.
Del Máximo artista se han dicho y escrito cosas muy hermosas, pero quiero ser breve, y nuevamente recurriré sólo a las palabras del gran Pablo Serrano, que refiriéndose a sus primeras obras, dijo: «Se adivina en su obra una tensión controlada entre expansión y retención. El ángulo y la curva. La superficie plana., árida y la ondulada acariciada. El silencio y el tormento de la razón poética».
Mas, por encima de todo Máximo fue una buena persona, una gran persona. Y como soy incapaz de mejorar la descripción moral que de él hizo su también compañero y amigo Carlos Machín, en el acto de homenaje con el que se dio nombre a nuestro Instituto, la transcribo literalmente: «…Aquí lo que quisimos honrar es a un maravilloso profesor, a un modelo de decencia, de dignidad, de integridad, de modestia y de valor personal a una escala humana, para que sirva de espejo en el que se puedan mirar con orgullo todos los que aquí se eduquen…»